En un giro sorprendente, la neurociencia describe el cerebro como una sinfonía eléctrica atravesada por corrientes iónicas y descargas que, a simple vista, parecen desordenadas. Un grupo de investigadores plantea una idea radical: ese ruido neuronal podría no destruir la información, sino otorgarle una coherencia similar a la mecánica cuántica. El estudio, publicado en Computational and Structural Biotechnology Journal en 2025, reúne al físico teórico Partha Ghose y al neurocientífico Dimitris Pinotsis, quienes sostienen que las ecuaciones clásicas que regían la actividad de las neuronas pueden transformarse en una versión de la ecuación de Schrödinger.
Según los autores, el ruido no es un simple obstáculo; podría esconder estructuras más profundas. Recordando la idea de Edward Nelson de los años 60, el movimiento browniano —la trayectoria azarosa de partículas en un fluido— podría describirse con las mismas leyes cuánticas que gobiernan los fotones y los electrones. Con esa perspectiva, las oscilaciones eléctricas del cerebro podrían contener patrones de coherencia y ser, de algún modo, ondas de probabilidad que guían la acumulación de información antes de disparar una neurona. En este marco, el “orden nacido del desorden” no sería una contradicción, sino una vía de estudio.
Para probar esta hipótesis, los investigadores partieron de un modelo matemático simple: una caminata aleatoria con deriva. Una neurona recibe señales excitatorias e inhibitorias que la empujan hacia o lejos del umbral de disparo; escrito en el lenguaje adecuado, ese proceso se asemeja a la ecuación de Schrödinger, describiendo la probabilidad de que la neurona alcance el umbral o permanezca en reposo. Lo notable es que este formalismo no se limita a la abstracción: hace predicciones que son compatibles con datos experimentales sobre la fluctuación del potencial eléctrico en neuronas reales. En conjunto, la conclusión es que la actividad neuronal puede representarse como una especie de onda cuántica, donde el potencial de membrana asume un abanico de probabilidades en lugar de un valor único.
El siguiente paso fue aplicar la lógica cuántica a un modelo más sofisticado, el FitzHugh-Nagumo, ampliamente utilizado para describir la generación y recuperación de los picos eléctricos neuronales. Al introducir ruido, los autores muestran que también este modelo puede reformularse en términos de una ecuación cuántica. Además de ser una curiosidad teórica, la reformulación ofrece posibles correcciones a los cálculos clásicos: predicciones sobre la variabilidad de la frecuencia de disparos y la recuperación tras un estímulo, e incluso pistas sobre por qué el cerebro no responde idénticamente ante dos estímulos iguales. Uno de los giros es la introducción de una “constante neuronal”, análoga a la constante de Planck, que podría variar entre neuronas o ser universal; los autores proponen experimentos para medirla, como estudiar oscilaciones por debajo del umbral o la inductancia de membranas, con el fin de identificar signos de fenómenos cuánticos a escala neuronal.
Las implicaciones van más allá de la teoría: algunos científicos, entre ellos defensores de la idea de que la conciencia podría estar ligada a la coherencia cuántica, ven en este marco una vía para acercar esas intuiciones a la verificación experimental. Si se confirma, la plasticidad neuronal y ciertos patrones de oscilación podrían explicarse desde principios cuánticos, con posibles aplicaciones para entender trastornos como la epilepsia o incluso el efecto de los anestésicos. El estudio no propone que el cerebro sea un ordenador cuántico, pero sí sugiere que la frontera entre biología y física no está definida por el tamaño, sino por nuestra capacidad de detectar patrones ocultos en el ruido. El desafío ahora es trasladar estas ideas al laboratorio, diseñando experimentos de alta resolución para medir fluctuaciones mínimas y, si es posible, medir niveles de energía discretos o estados cuánticos coherentes en neuronas reales.